lunes, 26 de marzo de 2012

París bien vale una misa

“Good morning. My name is Manuel de Lucas. You can call me Manu”.

Así empecé mi presentación el otro día a mis compañeros del Comité de Transporte de Mercancías al que pertenezco. ¿Que qué pinto yo ahí? Pues esas cosas que tiene el destino. Alguien tenía que representar al Reino de España, y… ¿Se te ocurre alguien mejor que yo?

En fin, que ando embarcado en una aventura internacional de la que conozco el puerto de partida pero no la bahía donde hendiré mi ancla. Aquí está la tripulación. Seguramente, uno de los grupos más cosmopolitas que encontraré en mi vida.


Esta aventura me ha llevado de nuevo a París. La ciudad más bella del mundo. Lo de “la Ciudad del Amor” tiene infinito sentido, puesto que toda ella enamora.

Lo malo de los viajes de trabajo es que casi no te dejan tiempo para ti mismo. Lo bueno es que algo de tiempo para ti siempre sacas. Así que, rueda a rueda con Alex (rueda que cuesta seguir), recordé todos esos lugares que conocí por primera vez en mi luna de miel. Y, pese a los kilómetros que en esta ocasión me separaban de ella, yo la sentía a mi lado.

Así, consagramos el paseo partiendo de Nuestra Señora de París, el lugar en el que ella me besó por primera vez. Las catedrales te hacen siempre pequeño, insignificante. Creas lo que creas, basta con imaginar todos los hombres que las levantaron para comprender que el ser humano está llamado a completar grandes hazañas.



Luego cruzamos la Sena. En mi memoria, sus puentes están encadenados al Javert de Víctor Hugo, que borró cobarde de un salto a sus aguas las dudas cuya razón le sugería al comprobar que a veces lo moral y lo ético no tiene nada que ver con las leyes de los hombres:

“Todo un mundo nuevo aparecía ante su alma: el beneficio aceptado y devuelto, la abnegación, la misericordia, la indulgencia, la compasión, la aceptación de las personas, nada de reprobación definitiva, nada de condena, la posibilidad de una lágrima en los ojos de la ley, no saber que la justicia según Dios iba en sentido inverso a la justicia según los hombres. Percibía en las tinieblas el pavoroso salir de un sol moral desconocido para él, que le horrorizaba y le deslumbraba”.



El día era precioso. Así que el paseo prosiguió: El Louvre, El Arco del Carrusel, Las Tullerías, La Plaza Vendôme, La Madeleine y La Ópera nos esperaban antes de ponernos el mono de trabajo para acudir a nuestra cita en La Defense...



… Donde, por cierto, acudí con varios ejemplares del periódico de @Madrid15M. El movimiento, ya sabéis, es internacional.



Tras la “jornada laboral” el paseo continuó. Desde La Defense cogimos la línea 1 de Metro hasta Charles de Gaulle – Étoile, para proseguir con punto de partida en El Arco del Triunfo, la rosa de los vientos de los bulevares de París.



Desde aquí, tiralíneas. De canard a canard y tiro porque me toca: Trocadero. Torre Eiffel. Campo de Marte. Escuela Militar. Los Inválidos. Sant Sulpice. Panteón. Sorbona…


… En total, cinco horas andando. Esto no podía acabar de otra forma que con un buen homenaje gastronómico, del que os hago partícipes para cuando no os quede más remedio, como a mí, que visitar París. No dudéis en disfrutar Le Petit Prince. Y, si os gusta el pato, pedid canard. Ya me diréis.

… Lo del Comité de Transporte de Mercancías no os lo cuento, que es muy aburrido…


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