miércoles, 16 de noviembre de 2011

La final (abril de 2011)

Me puse a escribir el jueves, que todavía las sensaciones estaban calientes. El miércoles no escribí, porque mi espíritu estaba en Mestalla. Con mi entrada, con mi padre y mis hermanas. Pero mi cuerpo se quedó en Calpe, sentado en el sillón a medio metro de la tele, con el teléfono cerca para contactar con el campo, unas cervezas y la risa de Paula detrás de mí, sirviendo de puente con la realidad y ayudándome a reírme de mí mismo.



Empezó el partido. El Real presentó una alineación sin delanteros, señal de que Mourinho es muy inteligente y de que aprende con cada partido. Di Stefano había escrito el día antes, criticando de forma salvaje su sistema. Pero no hay más ciego que el que no quiere ver, y Mou tiene vista de lince. En el Camp Nou salió a jugar de tú a tú y le cayeron cinco. Una vuelta después el Real está batiendo récords en la liga y aun así está a ocho puntos del Barça. Conclusión, son mejores. Conclusión dos, si en la vuelta de la liga jugamos igual, nos vuelven a ganar. Conclusión tres, el portugués se inventó a Pepe de centrocampista. Y el experimento salió medio bien, empatamos.

Pero a Mou no le vale medio bien. Y ayer nos tenía otra sorpresa de genio. Adelantó las líneas 30 metros, para no dejar jugar al Barça, y adelantó todavía más a Pepe, a jugar de media punta. Para empezar a presionar en su campo. Y la cosa salió muy bien. Un primer tiempo totalmente controlado por el Real, que se debió ir al descanso ganando al menos uno cero, tras un testarazo inverosímil del gran Pepe. Como dijo Mou, alguien lo ha tenido que sacar de dentro, eso no lo pudo hacer el poste.

Pero al descanso fue cero cero. Y el Barça es el mejor fabricando juego arriba (ahora ya no pienso decir que es el mejor a secas, porque campeones salimos nosotros). Y empezó el segundo tiempo. Y el Barça fue un vendaval. Crecieron los enanos, y empezaron a jugar al fútbol. Messi resucitó, dibujó, delineó, dribló.

Pero el Real sabía de qué iba aquello. De coraje, nervios templados, oficio y defender (hasta Manolito defendió). Y de estar a punto para sacar las garras y zarpar. De hecho Pinto fue el último en parar en los noventa minutos, una parábola imposible de el Di actual, el fideo Di María, que luego volvería a tener su minuto de gloria.

Pero Pinto no fue el que más paró, porque ése fue, como siempre, San Iker de Móstoles. Tres milagros: un tiro duro y raso, otro globo elevado, y la punta mágica de sus dedos hechizando a la pelota que Iniesta quería convertir en otro iniestazo.

Y así con empate a cero en el luminoso, y empate a uno en la moral, comenzó la épica. Los equipos, mejor dicho, los ejércitos se conjuran formando dos piñas a cada lado del círculo central. Los generales despuntan en el centro de cada cúpula humana, arengando a los guerreros, dispuestos a dar su alma porque ya no les queda nada más que dar.

Vuelvo a llamar a Mestalla, muerto de envidia por lo que me estoy perdiendo, y animando a Eva y a mi padre: vamos a ganar, nos lo merecemos, estamos siendo mejores, mucho ánimo, Hala Madrid.

Y empieza el acto final. Ya no quedan fuerzas, pero sí espíritu. Todos van al que más puede. Los minutos vuelan y el desenlace se acerca. ¿Habrá lotería? No. Faltaba por aparecer el gladiador de Madeira. Él sólo sabe ganar. Y es más fuerte que ninguno. Primero lo demostró con una cabalgada imposible después de toda la batalla. Y su disparo raso lamió la línea de gol.

Luego remató. La coge Di María. Se la da a Marcelo y echa a correr, si no no hay forma de huir de Dani Alves. Marcelo le hace la pared. Di María la tiene. La pesa. La siente. La templa. La pone. Yo ya canté gol cuando el fideo echó a correr. Pero una cosa es cantarlo y otra meterlo. Y quien lo metió fue Cristiano. Voló, apuntó y remató. Este testarazo sí fue gol. De gran delantero, de los que se quedan en el ojo el resto de tu vida.

Poco más. Los minutos que restaban siguieron dándole la razón a Mourinho. El equipo continuó ordenado, y ni Piqué Alexanco ni Pinto Chilavert fueron capaces de franquear la muralla blanca.

Luego la fiesta, la copa, la alegría. A ellos les dieron una bandejita. Alguna foto para el recuerdo, y más llamadas a Mestalla para sentirme parte de la historia... La última fue para saber que a mi pobre padre le habían robado el dinero.

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